La indignación no debe ser selectiva, y las respuestas colectivas que esta genera tampoco. Ha pasado ya poco más de un año desde que las calles de Lima, al mismo tiempo que en distintas partes del país, fueron transitadas por un número significativo de marchantes frente a la asunción de la presidencia por parte de Manuel Merino de Lama. Los motivos fueron, principalmente, una molestia generalizada en la sociedad por una evidente maniobra bajo la mesa de parte de ciertos partidos con presencia en el Congreso. No obstante, ante ello, cabe señalar la siguiente pregunta: ¿Por qué no nos encontramos marchando ahora mismo frente a la cantidad llamativa de evidencias de corrupción, tráfico de influencias, clientelismo y hasta vínculos con Sendero Luminoso que son observables en el gobierno de turno?
Durante las marchas previamente mencionadas, ocurrieron las lamentables muertes de dos jóvenes peruanos, de nombres Inti y Bryan, que en paz descansen y siempre sean recordados. Múltiples personalidades se pronunciaron molestos ante ello. Sin embargo ¿por qué fueron estas mismas figuras las que pidieron, ante la muerte de varias personas en el Vraem a causa de un atentado de los rezagos de Sendero Luminoso, que no se utilizara “con fines políticos” el suceso? Y es que la indignación, al igual que el peso de la opinión pública, se ha convertido en un arma de guerra en la política, cuyas balas cuentan con el calibre como para destruir vidas enteras o tumbar a un presidente.
Ante esta nueva cara de la opinión pública ¿cómo se debe reaccionar, en vista de que esta es ahora una nueva espada de enfrentamiento de partidos que, hoy por hoy, parece ser utilizada fundamentalmente por un espectro político? Posiblemente una respuesta se encuentre en quitarse el miedo ante el qué dirán por una opinión personal distinta. Vale más decir algo que muchos no quieren que se diga que salvarse el pellejo con el silencio complaciente y cómodo.
Porque hay que decirlo con todas las letras: la mitad de lo que ha ocurrido con Pedro Castillo y su gobierno hasta la fecha, desde la crisis económica hasta la asunción de Daniel Salaverry como parte del directorio de PeruPetro, habría sido suficiente como para que se generasen nuevas marchas al tratarse de otro gobierno como el de, por ejemplo, Hernando de Soto. Esto, empero, no ocurre, justamente porque es Pedro Castillo el que se encuentra en Palacio. Sólo nosotros, los peruanos, tenemos la respuesta sobre cuánto más tendremos que esperar para despertar y volver a las calles a marchar.
Buena columna, Adrián! Y muy cierto sobre todo el último párrafo, aunque eso da cuenta también de la posición política de los principales promotores de las marchas en 2020. ¿Habría que dejar el orgullo de lado y realmente empezar a organizarse sabiendo que lo que está sucediendo no está bien, o apostar por una relativa estabilidad a cambio de pasar por alto algunas cosas?