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  • Foto del escritorSergio Díaz Castañeda

Sobre lo revolucionario y la conciencia práctica en el gobierno actual

En este artículo me concentraré en, básicamente, lo ya señalado por el título; así que comencemos en ese orden. Mi argumento es simple: el presente gobierno no da señales de ser en absoluto revolucionario. Pero “acompáñenme a ver esta triste historia”: el promedio de individuos, ya sean autodenominados de “izquierda” o tildados como tales, no podían sino solamente esperar la revolución desde arriba, y desde bien arriba.



Con esto último me refiero a las nubes, por supuesto: esa izquierda tan alejada de la realidad como cualquier liberal o idealista, o sea, una izquierda no marxista. Como alguna vez dijo Alberto Flores Galindo, existe una falta de cultura marxista no solo en el plano militante, sino también familiar y cotidiano, pero esto último será materia para otro ensayo.


Es decir, tanto la izquierda institucional como la izquierda común y corriente, no es otra cosa que liberalismo moralista. De ahí que divisen en Pedro Castillo un líder revolucionario que daría la cara por los más necesitados y reivindicaba a las masas más excluidas por el sistema y daría paso a una “sociedad libre, democrática y soberana”. Muchas veces mencioné a amigos y familiares que votaría por Castillo no por él mismo, sino por lo que representaba y por la gente que lo acompañaba, llámese las organizaciones de base que lo apoyaban. Ya en mi anterior escrito mencioné que si el gobierno no se hubiera alejado de esa base popular que lo respaldaba, tal vez y solo tal vez se podría haber hablado de un gobierno de izquierda.


La izquierda institucional, desde el primer momento de la elección de Pedro Castillo, solo pudo esperar a que el “deseo” y la “razón” envolvieran al presidente y que este se emancipara del mundo encarnándose en el espíritu absoluto que guiaría a la nación por el camino del “desarrollo” y sobre todo la mencionada reivindicación. Todo marxista sabe que la razón, la idea y el espíritu no es revolucionario. Así, la realidad no pudo estar más lejos de parecerse a aquellos delirios que la izquierda institucional y liberal solo podía esperar e imaginarse. Desde la destitución de Héctor Béjar y la posterior asunción de Maúrtua, se daban ya las premoniciones de lo que pasaría a continuación: un gobierno que poco a poco cede ante las presiones de la derecha que no se conforma con el dominio terrenal y material sino que necesita de un gobierno “a su imagen y semejanza”: blanco, de “lujo”, con aires aristocráticos o medianamente cercanos a estos, llámese, tecnócrata, graduado en el extranjero, etc. A esto se le suma un presidente que por más que se lo intente defender siempre encuentra la manera de demostrarnos que se puede ser peor. Pero esta crítica no es propia del Pedro Castillo: es una crítica que encaja para cualquier otro gobierno. Claro, Alan García no padecía una prensa tan evidentemente volcada hacia un lado. En el gobierno de PPK se veía una suerte de polarización entre fujimoristas y anti fujimoristas dentro de esta. Ahora es uno solo: anti castillo porque sí y a toda costa. A pesar de esto, nunca me uniré a las afirmaciones clasistas, racistas y elitistas de la DBA acerca de la poca formación, a la ignorancia y la falta de currículum del presidente Castillo. Sin embargo, si en algo estoy de acuerdo con la crítica es en el punto de la comunicación. Y es que no hay señales de vida.


Con esto último paso al segundo punto que también empalma con el primero. El marxismo nos enseña que el lenguaje es la conciencia práctica. Este solo es posible en comunidad, ya que en la individualidad absoluta el lenguaje no posee ninguna utilidad. Pues este gobierno, como cualquier otro (y repito, no es novedad), vive en su propia “comunidad”, en su propio círculo. En otras palabras, de socialista, de revolucionario, no posee absolutamente nada. Por sí solo, no representa sino lo mismo de siempre. Sin embargo, si algo de revolucionario tuviera que rescatar de este gobierno es el siguiente aspecto. Teniendo eso en cuenta la naturaleza sensitiva de la conciencia expresada en el lenguaje, más allá de la intención política, humanista, moral, reivindicativa, confrontación al, etc. Guido Bellido haciendo uso de su conciencia práctica quechua logró mucho más que miles de políticas relativas a la reivindicación y fomento de este idioma. Ya todos fuimos testigos de los vergonzosos actos posteriores a dichos discursos: puro vómito colonial, clasismo y racismo por todos los poros.


Y es que negar el lenguaje de un conjunto social es negar su conciencia; es negar su conciencia colectiva. Es negar la voz y el voto de toda una cultura. Es quizás una de las formas más crueles de violencia social y psicológica hacia las personas de idioma “minoritario”. Es más que un gran atentado contra los derechos humanos y la humanidad en su conjunto. Solo el hecho de colocar al quechua en una posición de poder (más allá de haber sido Guido Bellido el artífice o no; más allá de si se abrazó o no con la princesa de Alva posteriormente o no) ya lo convierte en un acto revolucionario. Si con algo me tengo que quedar de este gobierno hasta el momento es este aspecto. Pero solo en ese aspecto, hasta el momento, se muestra diferente del resto y eso es de destacar.


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