El Centro Cultural de la PUCP ha censurado una obra de teatro de temática LGBT llamada “María Maricón”, con respaldo del Ministerio de Cultura y la Municipalidad de Lima, aduciendo que se trata de una ofensa contra la religión católica, cuyos símbolos han de resguardarse como parte del patrimonio inmaterial del Perú.
Aunque pocos lo admitan abiertamente (no importa el bando), tanto la iconoclasia como la censura son ataques válidos en el campo de batalla de cualquier conflicto cultural, cuya moralidad es perfectamente defendible según sus consecuencias, y siempre que se haga bajo una estrategia bien diseñada que impida la capitalización del victimismo por parte del rival (o sea previniendo efectos contraproducentes). Por ejemplo, establecida la superioridad de la ciencia, como método de conocimiento que además trae bienestar concreto al ser humano, es válido censurar charlatanes antivacunas o terraplanistas, tanto como ejercer iconoclasia contra creencias mágico-religiosas. Esto porque esas ideologías causan daños directos: por ejemplo, la ablación genital o la agresión a los homosexuales en religiones como el islam, o indirectos: cuando entorpecen tanto la aplicación de soluciones racionales a los problemas humanos, como el hallazgo de nuevas soluciones mediante la investigación, por lo que no hay ninguna justificación para permitir ni respetar su propaganda.
Pero en el caso de la obra “María Maricón”, la iconoclasia contra creencias mágico-religiosas (catolicismo) proviene de una cultura que mezcla otro tipo de creencias mágicas con pseudociencia (feminismo posmoderno). Es el escenario perfecto de lo que vulgarmente se conoce como "pelea de inválidos", donde entran en conflicto dos posiciones igualmente equivocadas, aunque por motivos distintos. Religiosos y posmodernos no hacen más que empujar otra vez el mismo péndulo de la irracionalidad.
La censura que han ejercido torpemente los católicos ya está siendo capitalizada por los "progres" (nunca realmente progresistas), para quienes además el victimismo es núcleo teórico y práctico de su propia estrategia político-cultural (y que poco tiene que ver con la atención de víctimas reales). Sin embargo, dado que en los últimos tiempos cada vez más gente se va dando cuenta de la charlatanería posmoderna, hoy se levantan muchas voces laicas de apoyo a los católicos en nombre de la propia tolerancia y el respeto que los "progres" predican, pero no practican, considerando además que la cultura católica actual es mucho más civilizada que la del islam u otras religiones similares.
Hay gente que aún se escandaliza (a pesar de la amplia evidencia) al comparar "progres" con religiosos, pero precisamente uno de los elementos más tragicómicos de esta controversia es que Gabriel Cárdenas, director de la obra LGBT censurada, es nada más y nada menos que católico y además marianista. Y según sus propias declaraciones a él no le interesa subvertir religión alguna en favor de ningún orden racional, sino simplemente dar un testimonio de discriminación al interior de su iglesia por ser gay (absolutamente condenable, por cierto). Es decir, ni siquiera el autor tenía la pretensión iconoclasta que los “progres” le han inventado a todo este asunto para jugar la carta del victimismo denunciando persecución.
No por nada, la izquierda posmoderna, en la mayoría de sus manifestaciones es una religión secular, que por muy opuesta que se proclame frente a la religión tradicional, simplemente ha cambiado unos dogmas por otros, sin haber desechado la forma de (no) pensar, que conlleva a aceptar dogmas en primer lugar. Tales dogmas como la autodeterminación del género, el negacionismo de la objetividad científica, el relativismo moral, o ideas conspirativas como la existencia de un “pacto patriarcal”, lamentablemente son aceptadas hasta en ámbitos académicos, drenando subvenciones públicas y privadas, y perjudicando el avance del conocimiento científico de la psicología y la sexualidad humanas, tanto como lo hace su contraparte, la mitología religiosa.
Ciertamente es negativo que el Estado tenga que resguardar símbolos religiosos, no por defenderlos como parte del patrimonio cultural del pasado histórico (según comunicado oficial), sino porque realmente sigue defendiendo la religión como patrimonio actual y vigente para la mayoría de ciudadanos. Lograr que el Estado sea totalmente laico significará un paso importante hacia el verdadero progreso, sin embargo, debemos leer todo esto como síntoma de un problema cultural más profundo que no va a cambiar solamente por quitarle subvención pública a la religión institucional, pues nos guste o no, en una sociedad semi-moderna como la nuestra, la ética cristiana aún no ha sido totalmente superada en la práctica por una ética racionalista que provea un sistema moral más eficaz y eficiente en el incentivo de conductas prosociales (el director progre-católico de la obra teatral es el vivo ejemplo de esto).
Ni siquiera soviéticos o chinos lograron esta superación en el mayor experimento antirreligioso de la Historia. Mientras tanto, en el primer mundo liberal, donde parecía haberse consolidado una cultura cientificista a fines del siglo XX, se sufre hoy las consecuencias de haber confiado en que el multiculturalismo (pilar del relativismo posmoderno) erradicaría automáticamente de la sociedad y la política el pensamiento mágico y dogmático, cuando logró exactamente lo contrario.
Los problemas antropológicos que subyacen a la expresión religiosa son muy complejos, y su verdadera solución, el verdadero progreso hacia la “mayoría de edad” de la humanidad, como lo expresaron los primeros ilustrados, no está, ni en broma, en manos de la izquierda "progre" posmoderna, por mucho que se disfrace de vanguardista, crítica e iconoclasta.
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