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Foto del escritorSol Pozzi-Escot

"Para mi dama de las Camelias": Confesiones poéticas de amor y muerte.

Se podría decir que la consciencia del amor, así como la consciencia de la muerte, son lo que determina la humanidad de hombres y mujeres. El amor no solamente como puente biológico hacia la reproducción y la continuidad de la especie, sino el amor como la escalera hacia lo indecible, hacia lo misterioso hecho palabra, a través del arte.



Mal expresado en poesía, el amor resulta cansino, resulta un caramelo derretido que espesa la saliva de la boca. Este no es el caso de “Para mi dama de las Camelias”, el más reciente poemario de Eduardo Chocano, el joven y talentoso poeta.


El libro no solamente es novedoso por su audaz decisión de abordar a través de la intertextualidad o las referencias un gran clásico como es “La Dama de las Camelias”, sino también, y sobre todo, por esa visión singular y distinta del acto poético.


En este libro, el amor se presenta como un árbol con incontables ramas. El amor es conjuro: “Invócalo”, expresa en imperativo la voz poética en el primer poema. Pero el amor no obedece a reglas ni a la jerarquía de la razón. Es caos y composición perfecta a la vez.

En este crisol, el amor también es desconcierto. En el tercer poema, el amor parece perderse, esconderse detrás de una pantalla de seres anónimos que actúan como embebidos en una interminable burocracia del pensamiento.


Pero el amor resiste, como un Jesús laico resucitado para pronunciar rezos ante un vacío cósmico. En el cuarto poema, el amor purifica, es un acto de confesión, un acto de contrición que aleja el mal y limpia el alma. El amor es ostia, más ostia que la ostia. Los clavos, que se pueden asemejar a aquellos con los que Cristo fue crucificado, regresan: “¿Por qué no pusieron más clavos?”, se pregunta el yo poético. La figura de los clavos se separa de Cristo y se vuelve cuestionamiento, se vuelve el metal que hermana palabra, concepto y cadencia: santísima trinidad.


En este libro, hay consciencia de la actualidad. El autor no se refugia en una cueva montañosa a cientos de kilómetros del mundo contemporáneo, sino que lo asume y lo integra en poética. En el poema XXI, habla del “mundo de desenfreno”. El poeta es sensible, el poeta reconoce que la humanidad se va diluyendo entre tiempos que pasan cada vez más rápido, entre palabras que cada vez significan menos, entre artefactos que reemplazan al hombre, entre el intercambio de la intimidad emotiva por la sexualización masiva y destructora.


Pero el poeta no se rinde. Deja claro su camino hacia la construcción de un ser que apunta a hacerse uno con la creación. El desamor, la otra cara inevitable de la moneda del amor, no es motivo de sufrimiento, es vena que transporta el alma hacia el arte. En el poema XXIII, el autor dice: “El mejor acto de amor fue irme”. El hecho de irse como la afirmación de la voluntad, como el silenciamiento del subconsciente que sistematiza la necesidad de sufrimiento, como nacimiento de un nuevo ser humano que trasciende el cogito ergo sum, que usa esa consciencia para elevarse en dignidad.


¿Qué es, entonces, la poesía de Eduardo Chocano? El lenguaje es claro, los versos son directos, las imágenes son evocativas, la rítmica se escabulle entre las palabras para generar una segunda capa de sentido poético que se basa en la semántica para moldear el sentido de la palabra, como quien coloca un embudo entre una fuente de agua y un vaso, llevando alma hacia poesía.


Es así que en el poema XXIV, el autor habla de la literatura “escrita o vivida”. Acá se mezcla palabra escrita con cuerpo en acción, verdad material con posibilidades poéticas, la vida se mimetiza entre las sombras de la poesía para recordarnos no solamente la futilidad de todo sino la belleza de los secretos, el carácter discretamente magnánimo de la ignorancia metafísica.


Tengo que admitir que no he leído “La Dama de las Camelias”. Tengo que confesar que, cuando pienso en ese libro, pienso, lo más probable es que erróneamente, en un mamotreto vetusto, casi empolvado, que vehicula una visión del amor que en la actualidad no solamente resulta imposible, sino, probablemente, desfasada en el tiempo. Pido disculpas por mi atrevimiento. Así que no me queda más que proseguir este análisis conceptualizando este clásico de la literatura en función a mis propios prejuicios, igualándolo con la noción de ideal. El autor me corregirá si es preciso.


La Dama de las Camelias es la Luna con la que soñaba el Calígula de Camus, es el “Oh qué será” de la canción del mismo nombre de Willie Colón. Es el secreto hecho verdad a través de la palabra, el ideal inalcanzable pero observable a través de la poesía.


“Duermo sonriendo”, dice el poeta en el poema XXV, en la que, a mi parecer, es una de las imágenes más hermosas del poemario.


Otro personaje recogido por Camus aparece en el poema XXVII: nada más y nada menos que Sísifo, el hombre condenado a rodar una piedra hacia la cima de un monte, una y otra vez, como castigo por un acto en el que los especialistas aún no se ponen de acuerdo. “Hay que imaginar a Sísifo feliz”, decía Camus. “Hay que imaginar a Sísifo poeta”, sugiere este libro, escribiendo versos que luego la lluvia se lleva, que el viento borra, pero que la tinta hace reaparecer.


En este viaje, el poeta llega al origen de su existencia: En el poema XXXII, habla de “El niño que fui quizás”. La niñez como creatividad pura, como estado de constante creación artística, en un alma previa a la socialización y por lo tanto previa a la visión del amor bajo los estándares en que se ve en el mundo de hoy. La niñez como un regreso al “Ello” freudiano, un mar de pulsiones.


Ahora, yo me pregunto qué hago analizando poesía. ¿La poesía se debe analizar o se debe incorporar, sentir, beber a través de los ojos con las manos abrazando el papel? La pregunta, creo, es que la poesía es, en parte, una extensión de la esencia de la vida: amor y muerte.


En este libro también se habla de la muerte, se habla de la angustia, del sufrimiento, de la oscuridad que viene inevitablemente como el gemelo unido de la vida. Pero, incluso ahí, la poesía es belleza. Siempre belleza, y Eduardo Chocano lo sabe. No solamente se atreve a ser vulnerable, se atreve a cuestionar la figura del poeta hipersexualizado, erótico, que domina, cosifica y abandona a las mujeres. Acá no hay ningún César Calvo.


Llegamos así a otra dimensión. La mujer amada no es una musa -detestable palabra- no es un objeto estético, no es un cuadro o un jarrón o una pieza de música que despierta enérgica y lujuriosa la pluma del anticuado poeta que no se sabe machista. O sí. Quién sabe. La mujer amada de Chocano hace llorar, hace sufrir, conecta a la subjetividad del poeta con las bajezas del mundo, y así, con su propia humanidad. La mujer no es un par de puertas que se abren para entrar a un mar de clichés y erotismo trasnochado.


En el último poema, Chocano se confronta con la vanidad de la palabra, con el vacío de una vida destinada a la muerte. El recorrido termina como el clásico cuadro “El caminante sobre el mar de nubes” de Friedrich. El hombre ante la inmensidad de la vida, el hombre ante el gigantismo de su propia condición reflejada en el mundo externo.

Es así que la lectura de este poemario conmueve, transporta, hinca, invita al lector a aferrarse a las alas del verso para llevarlo a una verdad incontestable: el amor es lo más hermoso de la vida.

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