Si imaginamos que hace más de dos mil años, tres Reyes Magos que provenían de diferentes continentes se dejaron llevar por una estrella para llegar juntos a la ciudad de Belén, con el único anhelo de conocer al Salvador del mundo, nuestra razón se revelaría frente a apoyar semejante pensamiento.
Resulta inaudito creer que tres personas que venían de Europa, Asia y Africa, que no se conocían, se pudieron encontrar en medio del desierto y que, al entablar conversación, acordaron seguir juntos. No logro determinar qué idioma utilizarían, pero al final, de acuerdo a la historia, se unieron en un mismo anhelo: conocer al Salvador y siguieron la ruta juntos.
Esta historia sólo es viable a la luz de la fe. La misma fe que desde hace siglos mantiene viva la presencia de Jesús en cada obra que hacen las personas para acompañar a los más frágiles y necesitados.
Navidad es la fecha en la cual se conduele el corazón ante la inocencia y el ansía de afecto sincero. Basta ahora con salir a la calle para ver a ciudadanos en diferentes distritos de Lima, buscando un ingreso para sacar adelante a sus familias. En distritos de estrato socioeconómico alto, vemos a adultos mayores vendiendo en las esquinas todo tipo de productos; también vemos jóvenes con diferentes disfraces haciendo diversas piruetas e incluso subiendo a los techos de las camionetas para llamar la atención de los transeúntes; vemos a niños con caritas pintadas extendiendo la mano y a personas con discapacidad vendiendo caramelos. Cada vez más salta frente a nosotros la pobreza y la desprotección de personas que están buscando no perecer.
Tenemos 9,8 millones de personas pobres en el país, según cifras del Instituto Peruano de Economía que documentan que, durante el 2023, alrededor de 600 mil peruanos ingresaron a esta condición.
Frente a esta situación, lo que toca a cada persona es conseguir que los pequeños cambios que están a nuestras manos consigan impactar positivamente en el hermano doliente que vemos en nuestros circuitos diarios. Muchos pertenecemos a programas de voluntariado y llevamos a nuestras familias a apoyar en diversas acciones. Pero lo más importante es no desistir creyendo que no es posible mejorar la situación de las personas que requieren protección, así como el ejercicio de sus derechos sin limitaciones.
Desde la responsabilidad del Estado, servir al ciudadano implica un genuino ejercicio de fe desde la valoración del verdadero mensaje de la salvación que cada año nos trae la esperanza de la Navidad. Tenemos legislación, buenas prácticas de gestión, gestores de desarrollo humano y pasión por hacer el bien, pero lo que falta es que las personas idóneas ocupen los cargos de responsabilidad que pueden transformar sostenidamente la vida de las personas.
Si imaginamos de nuevo que tres Reyes Magos fueron guiados en medio del desierto hasta un humilde pesebre donde yacía el Salvador, entonces también podremos imaginar que siguiendo esta ruta de fe llegaremos a ver realizados nuestros anhelos de transformar la dolencia del prójimo en una oportunidad para llevarle bienestar y salud.
¡Feliz Navidad para todos!
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