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Foto del escritorSol Pozzi-Escot

Memento APRA

Tenía 9 años cuando por primera vez, en el año 2006, el APRA, como idea, cobró vida en mi cabeza. Y, en mi mente de niño estudioso, el APRA, en ese momento, era Alan García. Recuerdo, de más está decir, sus discursos, su verbo que atravesaba toda barrera física para conectar con uno de una manera única, casi cósmica, las plazas llenas de partidarios en mítines que eran mostrados en televisión, en los noticieros que veía mientras me alistaba para ir al colegio. Recuerdo también que los grandes, los mayores, le tenían algo de temor, por los malos recuerdos asociados a su primer gobierno. Pero, frente a la amenaza que podría haber sido el Ollanta de polo rojo, Alan García ganó.




Recuerdo el segundo gobierno de Alan García. Fue la primera vez que me hice una idea de lo que debía ser un presidente. Cuando un presidente habla, uno escucha. Y Alan García era un presidente. O, mejor dicho, el presidente. Y, debo admitir, parte de lo que conformaba este halo que envolvía a nuestro entonces mandatario, que hacía que todos los ojos y oídos se direccionen hacia él mientras se desempeñaba en su cargo, era ver cómo logró ser más que un actor político, y volverse un elemento inamovible del imaginario cultural (por no decir de la cultura pop) de aquel entonces. No olvido su participación en la Teletón del 2008. No olvido, debo añadir, los sketches que le dedicaban en el Especial del Humor. (¿Quién más se acuerda de “¡Austeridad!”?). Así pasaron los cinco años de su gobierno, y durante esos años, el Perú creció. El milagro peruano alcanzó nuevos niveles de integración con el mundo, y la vida era más fácil. Y esa es la verdad.


Recuerdo que a fines del segundo mandato de Alan, comenzaron a aparecer carteles en la ciudad de Lima, que anunciaban la candidatura, por el APRA, de la exministra Mercedes Aráoz. Tenía, para aquel entonces, 13 años, y desde ya, antes de que estuviera de moda la igualdad de género, me parecía encomiable que el APRA apueste por una candidata mujer a la presidencia. Sin embargo, todos sabemos, esa candidatura no prosperó, no hubo candidato presidencial del APRA, y entre ese lejano 2011 y un algo más cercano 2016, todo cambió.


Tenía 19 años e iba a votar por primera vez cuando Alan García tentó un tercer mandato presidencial, en alianza con el PPC de Lourdes Flores. No voté por el APRA, debo señalar. En mi mente de jóven que se encuentra terminando la adolescencia, y envuelto por ciertas narrativas progresistas amplificadas por los medios de entonces, emití un voto del cual no me avergüenzo, pero sí me arrepiento. Pero eso no viene al caso. El Perú era otro. Ya se veían los impactos del pusilánime gobierno de Ollanta Humala, ya se había desacelerado el milagro peruano, y comenzaba a imponerse el rechazo a la clase política tradicional. Sin embargo, esas elecciones fueron ganadas por el más tradicional de todos, con el apoyo de una prensa que funcionó como una inyección de botox en la frente del presidente que en esa oportunidad elegimos.


¿Qué pasó con el APRA después de esas elecciones? Mi postura -y esto lo digo hoy a mis recientemente cumplidos 26 años- es que no supo dar la batalla en el campo cultural y social a una narrativa que, disfrazada de moraditos y lagartos, apostó por una falsa renovación de la política. Una política que se dedicó a hacer leña del árbol caído, a traficar con la inocencia de los jóvenes, buscando sepultar a una generación de políticos que en su momento supo hacer mucho por el país.


Recuerdo el día en que falleció Alan García. Fue un día negro.


Hoy, el APRA está a puertas de recuperar su inscripción como partido político y solo debe superar el proceso de tachas, para ser considerado como un partido político legal. ¿Cómo deberían enfrentar un próximo proceso electoral? Mi humilde parecer es que la respuesta estaría en la mesura. Caras conocidas con caras nuevas. Una apuesta por la justicia social, pero garantizando las libertades individuales. Manteniéndose firmes en el legado que sostienen, pero abriéndose al presente y al futuro. Haciéndole el pare a los extremismos, con un candidato de consenso y unión que sepa conectar, a su manera, con las demandas y necesidades de los pobres, de los ricos, de los mestizos, de los indígenas, mujeres y hombres. De todos los peruanos.


Y, así quizás, un niño de 9 años en el Perú de hoy, mientras navega las redes sociales, tenga la oportunidad de, a través del APRA, comenzar a dar sus primeros pasos hacia un despertar de conciencia política. Tal vez aprenda a querer más a su país. Tal vez descubra por qué el APRA nunca muere.


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