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Foto del escritorSol Pozzi-Escot

Lima: Brujas, Tradiciones y Misterios

ContraPoder (Diario Expreso) - 21/01/2024


Lima es una ciudad poblada por sus fantasmas. Si bien -sería insensato negarlo- son sus ciudadanos los que van esculpiendo su presente y forjando su futuro, la experiencia de Lima también se puede vivir bajo la piel de sus espectros, de lo que pudo ser pero no se dio y de todo aquello que no llegó a ver la luz del día.



No hablamos, precisamente, de sus obras inconclusas o de los proyectos a medio hacer que en un lejano pasado una autoridad edil de turno anunciara entre bombos y platillos, sino de todo aquello que une el gran presente de Lima con todo lo que se esconde más allá de las barreras físicas de una ciudad que se expande brutalmente bajo el humo de las coasters y el sol cada vez más inclemente. El arte, en sus diferentes aristas, nos ha dejado más de un ejemplo de esto. 


Lima ha sido una ciudad poblada por brujas. Así nos lo hizo saber la película “El Inquisidor”, de 1978, una de las primeras cintas de terror filmadas en nuestro país, que cuenta la historia de un grupo de antisociales que perseguían a mujeres, acusándolas de brujas y juzgándolas y castigándolas tal como se solía hacer en la época de la Inquisición. Sin embargo, el espectador llega a descubrir que en esta realidad se esconde mucho más de lo que se puede ver a simple vista. Se trata de una película que, a pesar de sus evidentes limitaciones artísticas y técnicas, expone un fiel retrato de una Lima donde lo aristocrático es algo que se va diluyendo en las bravas aguas del desborde popular. Las brujas de esta película frecuentan los clubes de moda y se visten con la mejor ropa del momento, pero están al acecho, como los ojos ocultos de una ciudad que busca devorar a su próxima víctima. 


Los fantasmas de Lima también se muestran en otras obras del séptimo arte. En el año 2004, Josué Méndez estrenó su primer largometraje, “Días de Santiago”. En esta película, Santiago Román, interpretado por Pietro Sibille, es un exmilitar de la Marina de Guerra del Perú que regresa a Lima después de luchar contra el narcotráfico, el terrorismo y participar en el conflicto del Cenepa contra Ecuador en 1995. Así, enfrenta dificultades para adaptarse a la vida civil, especialmente en una ciudad tan contrastante como Lima. A medida que avanza la trama, su incapacidad para integrarse en la sociedad civil se convierte en un desafío significativo, llevándolo a experimentar trastornos y sucumbir a sus impulsos. Los muertos, la violencia y la resaca de la barbarie son, también, pobladores de nuestra ciudad, guiando desde el subconsciente el devenir de muchas vidas. 


La editorial Maquinaciones Narrativa publicó el año pasado “Tradiciones de Terror”, de Ricardo Palma, una recopilación de los textos del conocido “Bibliotecario Mendigo” que tocan la vena sobrenatural de nuestra ciudad. En este libro, Lima es una ciudad donde el carbunclo del diablo brilla desde la huaca Pucllana, como un faro que busca atraer a los pescadores. También es la ciudad donde las cabezas de tres traidores de la Corona cuelgan desde un poste cercano a la Plaza Mayor. Es la ciudad donde los muertos cobran vida mientras son velados, y las ánimas salen en procesión a altas horas de la noche. Es interesante, en tal sentido, recordar una anotación que hace Palma en la tradición “La procesión de ánimas de San Agustín”, donde se lee lo siguiente: “Francamente, no puede ser más prosaico este siglo diecinueve en que vivimos. Ya no asoma el diablo por el cerrito de las Ramas, ya los duendes no tiran piedras ni toman casas por asalto, ya no hay milagros ni apariciones de santos, y ni las ánimas del purgatorio se acuerdan de favorecernos siquiera con una, procesioncita vergonzante. Lo dicho: con tanta prosa y con el descreimiento que nos han traído los masones, está Lima como para correr sin ella”. 


Lima es, esencialmente, una ciudad de misterios, pero los limeños estamos muy sumergidos en la crisis actual para reparar en ellos. Misterios que difuminan la barrera entre lo real y lo imaginario, entre lo práctico y lo artístico, entre lo bueno y lo malo, son la rueda que hace andar nuestra ciudad hacia un futuro donde la convivencia sea menos agitada y las carencias no nos asfixien. El mayor misterio de esta ciudad, finalmente, es cómo, al final del día, Lima sigue avanzando, cargada en hombros por sus propios ciudadanos que, observados por los fantasmas de lo imposible, sigue bramando para recordarnos a todos que sigue viva. 






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