En la novela Duque de José Diez Canseco la metáfora canina puede verse representada en las relaciones que se establecen entre el protagonista de la novela, Teddy Crownchield, y su mascota Duque. Este es tanto una representación de Teddy como de la censura social a la que Teddy tanto teme y por la que se preocupa de guardar las apariencias correspondientes. El protagonista es un joven adinerado, parte de la aristocracia limeña y que vive de manera ociosa, moviéndose de fiesta en fiesta, levantándose a la hora que quiere, entre otras cosas. Su perro Duque no es muy diferente en este aspecto, ya que es un mastín que come carne y sopa de leche, perteneciente a la “realeza” y que pasa sus días en la más grande ociosidad.
Duque puede ser visto como la misma oligarquía pudiente que se encarna en Teddy y vive de forma despreocupada en un entorno lúdico donde pareciera que lo único que se sabe hacer es festejar sin mayores preocupaciones y responsabilidades. Teddy lo tiene todo y no posee la necesidad de trabajar ni hacer el menor esfuerzo por mantenerse económicamente.
No obstante, Duque no es solo una representación de Teddy y del estilo de vida de la aristocracia, sino que también es la encarnación de la censura social a modo de chisme que establece los parámetros de control a los que se somete Teddy. El mastín tiene una presencia casi fantasmagórica en la novela, debido a que no es muy frecuente encontrarlo. Es como si no estuviera, pero hay un reconocimiento de su lugar en el texto, específicamente de parte de Teddy. Hay incluso un pasaje en donde el joven Crownchield le grita y le reprocha que él no tiene derecho a juzgarlo porque no conoce la verdad. A mi parecer, ello es un claro ejemplo de cómo Duque cumple el rol de materializar las habladurías a las que tanto teme Teddy. El muchacho tiene todo el dinero del mundo y pareciera que libertad ilimitada por su constante comportamiento. Sin embargo, cuando reconoce la existencia de la posibilidad de que su amorío secreto con Carlos Astorga se revele empieza a preocuparse muchísimo, no porque vaya a ser censurado o excluido de los círculos sociales que frecuenta, sino por las habladurías en forma de chisme que se generarían.
Teddy le teme al escándalo. No es un temor a la pérdida de su condición social, es un temor a que su nombre se manche y su status se desprestigie, a las burlas a sus espaldas. Esa chismosería limeña que no es explícita, que se mueve por lo sutil, lo fantasmagórico, se materializa en Duque, el perro mastín aristocrático que casi no aparece en la novela, pero que sigue ahí y que Teddy sabe que está ahí. El chisme se configura como un mecanismo de control social que limita las acciones del protagonista y Duque simboliza esa modalidad de control implícita, que con solo asomarse domina al joven y no tiene que ser una constante a la vista de todos para reconocer su influencia.
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