Esta sería una pregunta muy extraña si nos amparamos en la teoría pura. Sin embargo, la realidad peruana da cuenta de que esta pregunta tiene todo el sentido del mundo. Explicaré ello en las siguientes líneas.
Si uno desea elaborar algún estudio acerca del discurso de la llamada Derecha Bruta y Achorada, o “DBA”, en el Perú, no es necesario que pierda el tiempo buscando en google académico. Simplemente basta con ir a cualquier quiosco y sin gastar ni un céntimo puede uno detenerse a leer los titulares y ganarse con las afirmaciones más desatinadas, siendo muy generoso al usar esta palabra, con las que se califica al presente gobierno. Digamos que son afirmaciones tan a la par como las siguientes: que “vivimos desde hace 30 años en socialismo” o que “Barack Obama y Joe Biden son comunistas”. Solo aquellos conservadores cavernarios, como nuestras ilustradas élites, son capaces de formular tales oraciones y sobre todo creerlas. Estas son el vivo ejemplo de que poseer recursos, riqueza y poder no son garantías de una mente lúcida y culta, como ellos juran que son, sino una totalmente despegada del mundo terrenal.
Pongamos las cosas sencillas: el capitalismo no se define por si los gobiernos de turno son de izquierda o derecha. Bachelet no acabó con este orden económico en sus dos periodos, ni Piñera “lo restableció” en sus otros dos periodos. Y es que el capitalismo en sí es una forma de organización económica, material, empírica, ajena a cualquier moralidad o idealismo. El dualismo izquierda-derecha, en cambio, al menos en el Perú, es una expresión ideológica, cuya base es el mismo sistema económico. Me explico: existe la mencionada DBA que define al mundo, cual película de superhéroes, entre buenos (ellos, obviamente) y malos, siendo estos últimos cualquier movimiento ideológico que vaya en contra del libre mercado, a favor de alguna regulación a este o a favor de cualquier política de bienestar social (llámese matrimonio igualitario, impuestos a la riqueza, aumento en el presupuesto de educación, salud, multiculturalismo, etc.). En síntesis, este grupo se caracteriza por ser la expresión más putrefacta del conservadurismo peruano en todos los aspectos. De ahí que consideren a todo lo demás como “comunista” por inercia. De ahí que consideren las políticas de Barack Obama o de Joee Biden como “comunistas”.
Pero continuemos con el grupo de “los malos”. Este, a su vez, se divide en dos grupos: el primero es lo que algunos marxistas llamamos “la izquierda institucional” la cual, en resumen, está presente en la política electoral en general (Juntos por el Perú, por ejemplo), que en sí no es ni más ni menos que un cúmulo de intelectuales liberales (llámese Pedro Francke, Verónika Mendoza o hasta el mismísimo Javier Diez-Canseco, que en paz descanse) que no hacen sino postular las mismas políticas liberales de cualquier Estado de bienestar nórdico o estadounidense en por lo menos dos de sus periodos sin contraer el de Donald Trump. La más famosa de aquellas políticas de bienestar quizás sea la del impuesto a la riqueza aplicada por Joe Biden, misma política impulsada por Francke y Verónika Mendoza. Son planteamientos muy propios del liberalismo económico progresista o la socialdemocracia tibia: libertad de comercio, de competencia, disolución de monopolios u oligopolios, créditos educativos, inclusión social, etc.
Salta a la vista, entonces, que esta “izquierda”, en sí, no busca nada diferente. No es revolucionaria. Por el contrario, su posición es meramente moralista, y como ya mencioné en mis anteriores artículos, el socialismo no se basa en cuestiones morales, sino en hechos empíricos, en realidades materiales. El capitalismo es una de ellas. Por ende, la izquierda que no vaya en contra del orden material establecido, automáticamente se convierte en un títere del sistema o en un triste intento de hacer que el león llamado capitalismo salvaje o neoliberal controle sus instintos y se convierta en un lindo gatito. Evidentemente esto es ir en contra de la naturaleza, de su naturaleza, ya que el capitalismo es eso: una realidad cruda y material. Ya decía Rosa Luxemburgo: “socialismo o barbarie”.
No obstante, el segundo grupo dentro de la izquierda yace en las sombras aún, encarnado por pequeñas organizaciones sociales cuya visión y acción sí es revolucionaria. Si el gobierno de Pedro Castillo y el partido Perú Libre no se hubieran alejado de estas, o al menos algunas de sus caras más visibles, tal vez podríamos hablar de un gobierno de izquierda. Por el contrario, vemos a un gobierno que progresivamente va cediendo a la agenda de la derecha bruta y achorada (llámese Alicorp, Grupo El Comercio, Confiep, etc.) al designar ministros como Maúrtua o la misma Mirtha Vásquez. ¿Era predecible? En parte sí, debido al carácter caudillezco y, sobre todo, el fin electoral de la última campaña política. La organización popular aún debe continuar su consolidación. Sin ello no será posible establecer ningún cambio de fondo en favor de las grandes mayorías.
Entonces, sí es válido preguntarse si realmente existe una izquierda socialista revolucionaria en este país. Pero, aún habiendo dicho todo esto, les pregunto a los críticos nerviosos del accionar de este “tiránico gobierno comunista”: ¿existe algo de socialismo en este?
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