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Foto del escritorRafael Guzmán

La fe en cerrar playas

A pocos días de terminar el 2021, ya han pasado más de un año y nueve meses desde que se decretaron las primeras medidas que buscaban contener el avance de la pandemia de COVID-19. Como se sabe, estas no fueron las únicas, pues el Estado siguió tomando un sinnúmero de disposiciones a lo largo de estos 21 meses, algunas ciertamente más útiles que otras. Realizar críticas a las medidas iniciales, desde la relativa comodidad del presente, es algo que preferiría no hacer, para no pretender ser un general después de la guerra. Sin embargo, conforme pasó el tiempo y se iba sabiendo más acerca del enemigo al cual se enfrentaba el país, resultaba complicado que se mantenga la aparente inmunidad a las críticas de la cual gozaban las decisiones de nuestras autoridades.



Esto particularmente al observar las medidas tomadas en otros países, las cuales podían ser tomadas en consideración según su éxito o fracaso, y al notar el alto porcentaje de vacunación completa (casi 73%) en la población del Perú. Sabiendo ello, es imposible no criticar varias de las disposiciones que han aparecido recientemente. Por ejemplo, una medida bastante inútil fue el toque de queda impuesto para las fiestas de Navidad y Año Nuevo, el cual realmente no sirvió para impedir las reuniones familiares y sociales en Navidad, ni tampoco las impedirá el 31 de diciembre. Y, en realidad, deberíamos preguntarnos cómo el Estado puede pretender que los ciudadanos (en su mayoría, vacunados) desistan de ver a sus familiares y demás seres queridos en fechas importantes luego de las dificultades de los 2 años que han pasado.


Pero quizás la restricción más ridícula de todas ha sido la que plantea el cierre de playas durante el Año Nuevo, pues prohibir que los ciudadanos acudan a espacios abiertos, donde el riesgo de contagio es mínimo, no tiene ningún sentido. Tal medida se ve aún más risible al recordar que sí se permite la entrada a recintos cerrados, como los bares, cines y varios centros comerciales. Además, se mantienen en funcionamiento diversos sistemas de transporte público, como el Metropolitano, que nunca se han caracterizado por mantener las ventanas abiertas para garantizar una ventilación constante.




Esta foto, recientemente viralizada, fue tomada en un bus del Metropolitano el día 28 de diciembre


Ante esta contradicción, la respuesta claramente no debería ser el cese del funcionamiento del transporte público, pues es necesario para miles de ciudadanos cada día. No obstante, si se considera necesario mantener este riesgo aceptable, es difícil defender la postura de que deberían prohibirse actividades con un riesgo de contagio bajísimo.


Medidas como las mencionadas no son eficaces, por lo cual se esperaría que ni siquiera sean tomadas en consideración. Pero esto último podría ser mucho pedir en el Perú, en especial al considerar que les proporcionan a las autoridades la apariencia de estar haciendo más de lo que realmente hacen para enfrentarse al virus. Un porcentaje nada pequeño de los ciudadanos se ha mostrado conforme con esta estrategia desde que comenzó la pandemia, aún si dichas disposiciones son tomadas en detrimento de sus libertades personales.


Una vez más, un notable sector de la población busca autoritarismo y percepción de acción por sobre los resultados; aceptan la “mano dura” porque creen que funciona, aunque no lo vean. No sería de sorprender que algunos incluso tolerarían que las playas fueran custodiadas por las Fuerzas Armadas por lo que resta del verano, aún si la medida no lograra reducir los contagios. La sensación de seguridad y de acción es lo que importa, por lo cual, políticamente hablando, resulta ser mucho más rentable para el Gobierno el tomar decisiones de manera inepta que el no tomar ninguna.


Afortunadamente, buena parte de la “mano dura” planteada en las restricciones de Año Nuevo se quedará en el papel, tal y como pasó con las medidas que se aplicarían en Navidad. La mayoría de las reuniones sociales se dio y se dará sin mayor complicación, lo cual es un alivio para muchos de nosotros. Queda esperar que, durante el resto del verano, del año y de la pandemia, no aparezcan más restricciones absurdas, decretadas para mantener apariencias y aceptadas en un acto de fe.


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