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El Buen Patrón (2021)

Foto del escritor: Pablo AlméstarPablo Alméstar

Me declaro un consumidor empedernido de buenas comedias. Disfruto mucho de una película que sabe hacer reír, pero también odiar, sufrir, llorar. No importa si son de pastelazo, humor rosa, negro o de todos los colores del arcoíris. Una comedia, bien hecha, no solo buscará carcajadas en su público, sino que, intenciones valiosísimas, una buena comedia tratará de hacernos empáticos con los personajes de quienes nos estamos riendo.


En El buen Patrón, película dirigida por el español Fernando León de Aranoa, encontramos una comedia estupenda y singular. Una cinta que podría verse y leerse como el común mensaje que critica al capitalismo asesino, exhibiendo esta relación entre el empleador y el empleado, pero que se escapa de todo marxismo o, para quienes les salte esa palabra, de cualquier interpretación social y se adentra en el corazón más obscuro de un empresario, o un hijo de puta, pero a quien se puede amar de a pocos.


La lectura de crítica al sistema, que no incomoda, es acertada. La manera de contar este “reclamo”, es impresionante.


Se nos presenta un empresario llamado Julio Blanco (Javier Bardem). El jefe, el amo, el patrón. Dueño por herencia de una fábrica de básculas industriales. Carismático, cariñoso, cálido, bonachón y airoso de ser un gran líder, espera con ansias a una comisión que le premiará a la excelencia empresarial, fruto del arduo trabajo que realiza comandando una compañía tan equilibrada como el producto que ofrece. La narración está presentada en cinco días, referentes a una semana laboral, en donde todo debiese ser perfecto, pero como es cine, pues no lo es. A medida que el relato avanza, en la vida de este canchero propietario se empiezan a presentar problemas, tanto laborales como personales. Sus trabajadores no ofrecen la mejor versión de sí mismos. Una practicante de márquetin se envuelve con él en la cama, para luego, con decisión maquiavélica, escoger mantenerse en la empresa y, en las afueras del fortín industrial, se encuentra un empleado que reclama sus derechos laborales frente al abusivo despido del patrón. Todos en este barco ansían manejar el timón, que claramente solo puede ser capitaneado por Blanco. Efecto final, como en una buena ópera, el desastre pasa como un terremoto en el que todos pierden, menos el puto amo. El dios, o el jefe.



Este relato se ofrece como una balanza hacia quienes estamos mirando la pantalla. Tenemos equilibrio y desequilibrio. El peso más pesado es el de su protagón, el descomunal Javier Bardem, en una interpretación que, solo por ella, valdría la pena ver la película. Pero también porque hay una mirada autoral en cada plano y cada giro de guion. Como un recital, los sucesos que al inicio parecen diluirse, con nuevos problemas que va presentando el protagonista, resultan ser nuevas estacas, o caca, en el camino del Patrón.


La cámara que en la mitad inicial se muestra mansa y calmosa se transforma a mitad del metraje, cuando el estrés laboral y personal, producto de las decisiones no forzadas del protagonista, incrementan. Magistralmente, el relato visual acojona y envuelve en una mirada inquieta, desesperada, inestable, desequilibrada: Desbalanceada. Como en una canción de Verdi, hasta topar la nota más alta, desprende la ira, furia, y el enorme peso que lleva dentro de sí para tomar una decisión que descalabra hasta al más duro y frío espectador. Aquí uno se llega a percatar que el antagonista de esta película no es más que el propio protagonista, con sus propias decisiones. Porque, más que seres, los humanos somos quehaceres.


Nunca he sido un hermeneuta de interpretar todo lo que se ve en pantalla y considero que sobre interpretar las cosas (el cine) me resulta aburrido y estúpido. Pero en esta película es imposible no querer enrollarse en sus paralelismos, visuales y narrativos, en su doble sentido, en su sátira y en sus metáforas salseras. Cada acto cuenta con una pulida estructura dramática, que responde a secuencias desde el inicio hasta el final de la película. Hay una en especial, que me dejó perplejo frente al televisor. En una secuencia del crimen principal, donde la música y el montaje juegan un papel importante, se yuxtaponen los deseos perversos del protagonista con el resultado que le afecta a quienes considera parte suya, pero en verdad, se demuestra, que le siguen siendo ajenos, salvo para intereses laborales: Sus empleados. Esa escena de asesinato, de la que no contaré nada para hacerles un favor, es de las mejores que he visto en los últimos años.


León de Aranoa da una lección de cine más que cualquier otra lección que pretenda dar con esta película. Pero, Javier Bardem, da una lección de cómo se representa y se da a respetar el oficio y la profesión. Es imposible no embobarse con una interpretación así. Una para el recuerdo.


*La cinta está dentro de las preseleccionadas en la carrera por el Oscar a mejor película extranjera. La lista final se anuncia el 8 de febrero. Espero la vean.*


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