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Foto del escritorPablo Alméstar

“El amor es extraño”: Crítica

Marco Aurelio Denegri definía uno de los cuatro puntos básicos del amor como La capacidad de amar, la cual no era igual en todas las personas. Y con justa razón, se entiende que unos aman poco, otros a medias, y muchos amamos mucho.





“El amor es extraño” es más que un cuento, una fábula visual, una película sensible, paciente y madura que habla del amor eterno que mantiene una pareja homosexual de la tercera edad en la ciudad de Nueva York.

Ben y George llevan 39 años como pareja y deciden casarse en el año 2013. Ben es un artista de galería Neoyorquino, George es un profesor de música en una escuela religiosa y, a parte, dicta clases particulares de piano. Ambos viven una vida tranquila, llena de arte, felicidad y finura. Hasta que aquella decisión que fuese la mejor de su vida, se vuelve en un martirio dentro de la sociedad en la que habitan. Una sociedad plagada de prejuicios y barreras que tajan y dividen el amor de lo justo y lo justo de lo injusto. Un muro que aún separa y no deja vivir. Casi como un látigo oculto a quienes optan por ser felices, alejados de lo que muchos confunden con llamarse “normal” y no mayoría.

George es despedido del colegio católico donde enseñaba música, la excusa es el contrato firmado antes de ingresar a la institución y aquellas leyes conservadoras le llevan al fracaso. Deciden vender la casa donde habitaban hace ya 4 años y ahora están en busca de un nuevo departamento. Convocan a su familia y amigos para preguntarles quiénes les ofrecían posada. Ted y Roberto se ofrecen para atender a George, mientras que Ben se va con su sobrino Elliot Hull, su esposa Kate y su hijo Joey.

Aquí la película muestra su lado más incómodo y honesto, George habita un lugar alejado de sus afines, lleno de fiestas, música a todo volumen y la impuntualidad de la hora de dormir. Casi una sátira a lo que soportarían aquellos de la tercera edad que buscan paciencia y su vida no pasa de las 11 de la noche. Ben se lleva el trago amargo y lo saborea sin darse cuenta. Abrumados por su presencia, la familia Hull contrae una serie de problemas más grandes de los que ya tenía, Ben se vuelve una carga pesada, irrumpiendo en la privacidad de las personas, en la costumbre del hogar, golpeando, invisiblemente, la paciencia del hogar.

Son dos personas que habitan hogares distintos, quienes buscan en mayor parte regresar a su vida privada, a su ya vieja costumbre. Y es que cada uno de nosotros ya tiene una vida privada que es inamovible. Más que una rutina, es un sello.

Ambos perdieron todo, menos las ganas, mucho menos el amor. Y es que de aquello se trata la cinta, de la intimidad y la capacidad de amar de cada uno. El amor florece y seguía floreciendo en la pareja que, a medida se cruzaban los problemas y ellos se metían en los problemas de los demás, la paciencia y su amor contrarrestaba el mal tiempo.

Es una película sumamente rápida, cuyos diálogos sobresalen muchísimo, siendo casi una epopeya en conjunto. Casi una carta en diálogo, una carta para quienes desean comprender más misterios que tiene el amor. Desde la aceptación de uno mismo hasta la de los demás. Recorre parajes que vienen con el amor mismo, como la intimidad y la privacidad, tanto de la soledad como la privacidad en conjunto con la pareja. Grandes metáforas usadas, actuaciones impecables que harán vibrar a más de uno si se ve en grupo y harán llorar a uno si es que le ve solo.

Quizá su enseñanza más bonita y sincera sea la del amor puro sin discriminar, y es que recalca su poderío con la fe, cuando Ben es despedido del trabajo. “Recemos mucho” le dice el padre. “Tengo más ganas de rezar solo” – le contesta Ben. Y es que su fe no se perdió, ni tiene por qué perderse. La cinta eleva la divinidad, aquella que no discrimina y la vuelve una aliada con el amor, este último que siempre traerá más pros que contras a medida que vaya creciendo. Pero es el hecho de saber convivir con ello y esta cinta retrata a la perfección la extraña convivencia que hay entre el amor y el odio, el de los demás. No es que el amor sea contrario al mismo, sino que ambos vienen de la mano.

Esta hermosa fábula hecha película de Ira Sachs nos deleita sobre el amor con su rareza más pura, la de la injusticia ajena. Aquellos que no se conforman con la felicidad de los demás. No es una cinta que hable de la religión, tampoco es una película activista. Es, más bien, una película que habla a su manera, dulce y sutil, sobre aquello que tiene tatuado en el título: “El amor es extraño”. Del amor que no discrimina, así como Jesús no discriminó a quiénes iba a salvar.

“El amor es extraño” deja mucho que aprender y cuestionar de la vida misma. Sin barreras que, hoy por hoy, buscamos derrocar. No ladra contra la injusticia de manera radical. No reclama ni hace protestas directamente, sino sutil y viviendo, nos demuestra que el amor entre unos y la indiferencia hacia otros, puede servir como martillo para quebrar los duros ladrillos del muro que separa a los felices de los infelices.

Habrá que entender el amor a manera de cada uno, con creencias personales y juicios de valor ya formados en nuestro pensar; no obstante, la preciosa película de Ira Sachs, en una conmovedora escena, casi al final de la lectura de la carta, nos deja la siguiente frase que definiría la película, a mi parecer, frase que quizá muchos no comprendan ni llegasen a comprender; sin embargo, creo, nosotros los amantes, y católicos de verdad, y un largo etc, podemos comprender la verdad pura de la siguiente oración. En las palabras del apóstol Pablo a los corintios: “El amor no se deleita en la injusticia… sino que se regocija con la verdad”.


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