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  • Foto del escritorPiero Gayozzo

Demencia nacionalista: Antauro Humala y el Rey de España

La Primera Guerra Mundial llegó a su fin con la firma del Armisticio del 11 de noviembre de 1918 en un vagón de ferrocarril como escenario. Años después, en 1940 y por órdenes de Adolf Hitler el mismo vagón fue utilizado por el III Reich para firmar el armisticio que permitió la ocupación alemana de Francia. El objetivo fue golpear el orgullo francés y devolverles el sinsabor experimentado años atrás. Siguiendo la misma receta, el etnocacerismo ahora apunta a una venganza histórica contra sus enemigos, pero esta vez no es un vagón, sino un rey el objetivo.



Hace unos días se hizo viral en Twitter un video en el que Antauro Humala, líder del movimiento etnocacerista, manifestaba frente a sus seguidores el deseo de que en un eventual gobierno suyo se realicen dos “proezas etnocaceristas”. La primera era la anexión de Bolivia y Ecuador al territorio peruano y la consiguiente restauración del Tawantinsuyo. La segunda, la más descabellada, que un contingente de 150 etnocaceristas leales viajen a España, secuestren al Rey y, en una suerte de venganza histórica, devuelvan la humillación supuestamente cometida contra Atahualpa y la raza cobriza durante la conquista. El objetivo de Humala es devolverle a España el sinsabor de ver a su monarca capturado.

Este tipo de deseos o aspiraciones, aunque delirantes para muchos, no debe sorprender a quien conozca la ideología etnocacerista. El etnocacerismo es una manifestación postfascista, específicamente una forma de nacionalismo étnico que presenta como actor principal a la raza cobriza. Su principal ideal es devolver a las comunidades autóctonas americanas un espacio de desarrollo propio (espacio vital) bajo un gobierno originario y no occidental (Nuevo Tawantinsuyo) y, de esta forma, darles la oportunidad de competir de igual a igual con las demás razas del mundo. Similar a las exigencias feministas sobre una supuesta deuda histórica de género, el etnocacerismo busca cobrar por la fuerza la que, para ellos, y para parte de un sector identitario indígena, es la deuda histórica que causó la conquista de América por parte del Imperio español hace casi 500 años.

Detrás de los delirios etnocaceristas yace la principal amenaza de todos los pueblos: el nacionalismo. El nacionalismo es un virus mental, una ideología que infecta las mentes de grupos enteros de personas y que ha servido de motor para guerras y conflictos innecesarios. En nombre de un héroe, un caudillo, una porción de tierra, una bandera e incluso por diferencias culturales y étnicas millones de personas se han masacrado entre sí durante años. Es un virus mental porque exige al individuo la renuncia a la razón y, de misma forma que la religión lo hace con Dios, el nacionalismo somete a las personas al servicio de una bandera, un himno y un mito unificador. El sentimiento colectivo y tribal que le antecede, aunque tan innato y útil en algún momento de nuestra evolución como especie, es degenerado por el nacionalismo al dotarle de ficciones más elaboradas para reclamar alguna suerte de orgullo vano y servir para las ambiciones de unos pocos.

Nacionalismos hay de todo tipo y de todos los colores, pero su demencia y peligrosidad son los mismos. Sus mitos y elementos, los cuales consideran como “verdaderos”, o sus teorizaciones, con las que compiten entre corrientes nacionalistas por ver cuál nacionalismo es más verdadero que el otro, son tan ficticios como los cuentos de hadas de las religiones. No obstante, sus efectos negativos son reales y significan un retroceso en el progreso de la humanidad. Lejos de apuntar a un enriquecimiento cosmopolita y a vencer las limitaciones de la naturaleza, el nacionalismo dirige sus esfuerzos a resguardar las tradiciones y los intereses del pequeño grupo al que llaman nación.

En Perú, el nacionalismo regresa una vez más, pero esta vez bajo una forma más feroz. Con casi un siglo de retraso ha surgido una suerte de nacional socialismo indígena y, aunque los reservistas de las FFAA no son las SS ni Antauro Humala es Adolf Hitler, el discurso radical ha cambiado de ropaje y amenaza con desestabilizar aún más nuestra débil República. En este contexto un sector de la izquierda vuelve a hacer de las suyas en perjuicio del Perú y hace lo posible por lavarle el rostro a Antauro cuando se trata de contribuir a su cruzada antifujimorista. Ante unas próximas elecciones con tres posibles candidatos de apellido Fujimori (Keiko, Alberto y Kenji) la izquierda prefiere jugar sus cartas, como siempre, a favor de la peor opción. Ya sea que minimicen los delirios de Antauro, afirmen que solo es un fumón, que solo le interesa veranear en las playas del sur, que su gobierno será tan anodino como el de su hermano Ollanta o que detrás del soldado existe un Hello Kitty domesticable, un sector de quienes apoyó a Castillo está comprometido ahora con lavarle el rostro al líder etnocacerista.

Todavía faltan dos años para las elecciones, pero ya existen esfuerzos para frenar al etnocacerismo por la vía administrativa. Entre ellos la denuncia constitucional del congresista Cavero contra el titular del JNE Salas Arenas por haber aprobado la inscripción del partido A.N.T.A.U.R.O a pesar de su evidente vinculación con Humala y su ideología antidemocrática. También habría salido a la luz un audio en el que Antauro confiesa ser el líder de la agrupación que lleva su nombre. A pesar de todo ello, ya sea que Antauro logre postular o no, el etnocacerismo realmente representa a un sector de la ciudadanía. Existe un grupo de peruanos anclados en el pasado que todavía son víctimas del nacionalismo y, aunque no todos quieran ver capturado al rey de España, sí tienen un genuino interés por usar la fuerza con tal de conseguir un “resurgimiento nacional.”

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