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  • Foto del escritorAlison Mauriola

¿Cómo es la política peruana?

Actualizado: 17 sept 2022


«Te han estafado. Tus compatriotas te han hecho eso», me dijeron unos chilenos en la frontera con Tacna luego de que me pusieran un sello falso en mi pasaporte.

Lo de un peruano no le hace daño a otro peruano dejó de aplicarse cuando Velasco dio el golpe, cuando Sendero asesinó a los inocentes, cuando no hubo un solo preso por la corrupción del caso Odebrecht, cuando Vizcarra se vacunó a hurtadillas, cuando se le acusó al señor presidente de gastar más en comida que en un hospital... La política peruana atraviesa una crisis de representación caracterizada por el caudillismo, el mercantilismo, la superficialidad y el desconocimiento. Este diagnóstico encuentra su causa en el desentendimiento político de incluso los políticos, en palabras de Platón: «El precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres».



El caudillo es el líder necesario para guiar al grupo hacia la salvación o el gran cambio. En la política peruana, los partidos políticos están generalmente personificados en el caudillo, por eso su símbolo guarda directa relación con el personaje en mención; por ejemplo, el partido político Perú Posible estaba simbolizado con la T de Toledo. La política peruana es caudillista y se expresa en sus discursos que promueven el gran cambio, la justicia social por los más vulnerables, por la seguridad ciudadana, la democracia, el distrito que todos queremos, vecino… ¿Te suena? ¡No es coincidencia! Se escucha ese discurso trilladísimo en cada elección municipal o presidencial o congresal, o sea, en toda elección de funcionarios públicos.

«Mercantilista», según la Academia, es lo «perteneciente o relativo al mercader/comercio». Y el comercio es la coincidencia de dos necesidades: las del quien ofrece y quien demanda. En otras palabras: los favores políticos. El político necesita el favor de la prestación de servicios para la campaña electoral, y el militante necesita el dinero que le otorgaría un puesto en el Estado; por ejemplo, que en Palacio trabajen los perulibristas que aportaron a la campaña presidencial o que 23 aportantes del partido del señor Acuña trabajen en puestos congresales o que en el Gobierno Regional de Junín trabajen 545 afiliados al partido de Vladimir Cerrón. En conclusión, ha fallado la política peruana a la propia política, porque está siendo ejercida en beneficio de quien la practica, y no para quien se ejerce, como dictaba Platón.

La política peruana se caracteriza por tener partidos o movimientos políticos con poco tiempo de vida, pues son usados para llegar al poder. Entonces, luego de cumplir su objetivo, no tiene más razón de ser. A eso está sumado el factor base ideológica o, mejor dicho, no-base-ideológica, quiero decir… no hay. Entonces, la suma de factores tiene como producto la superficialidad fugaz. Según la Academia, la cualidad de superficial es lo que carece de solidez, mientras que lo fugaz significa de muy corta duración, entonces los partidos o movimientos políticos carecen de sustancia y tienen poco tiempo de vida. En palabras del constitucionalista Carlos Hakansson, «son foros en los que se administran intereses individuales y corporativos. Ya no hay lideres partidarios, sino dueños del partido».

El desinterés político consiste no solo en el ausentismo político –la indiferencia del ciudadano que no se informa antes de votar–, sino también en la deshonestidad intelectual, esa cualidad por la cual los políticos postulan al sistema público sin saber cómo funciona y, en consecuencia, los funcionarios electos perjudican a la nación practicando la política que desconocen. El peor de los males es ser gobernados por hombres caudillistas, corporativistas, superficiales y desconocedores. Platón era griego, pero cualquiera que lo escuche pensaría que es peruano.


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