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Foto del escritorLuciano Revoredo

Antifujimorismo: odio sin medida ni clemencia

30/04/2023-ContraPoder


Hasta fines del siglo pasado, el odio como argumento, el enfrentamiento político vesánico, la ausencia de todo atisbo de tolerancia, eran elementos que solo los habíamos visto en los desenfrenos de los grupos terroristas. Pero es tras el colapso del régimen de Alberto Fujimori que este tipo de actitudes se convierten en argumentos cada vez más comunes en el debate político.



La izquierda más radical, los caviares y sus tontos útiles, no pueden perdonar a Fujimori el haber terminado con el terror aplicando políticas duras, y tampoco el haber modernizado la economía poniendo fin al estado elefantiásico, anquilosado y socialistoide en cuyo marasmo vivían como peces en el agua. Es así, que se desata una persecución, por momentos irracional, que da origen al antifujimorismo.


Alejandro Toledo, tan ladino como artero, logró apropiarse de esa bandera y dejando atrás a varios líderes con mucho más recorrido que él, se hizo del poder. El gobierno de Toledo, es el gobierno del antifujimorismo. A esto hay que sumar las posiciones radicales de Eliane Karp. Toledo y Karp, son los que iniciaron en el discurso político oficial el uso del resentimiento, el enfrentamiento racial, el odio a Lima, la propia Karp pronunciaba discursos en las serranías contra los “pituquitos miraflorinos” y llamaba a Toledo “cholo sano y sagrado”.


Toledo gustaba hacerse llamar Pachacútec, tenía un discurso de victimización clasista. Permanentemente resaltaba su origen provinciano, su condición de ser el primer cholo presidente del Perú, la dignidad del peruano desplazado y cómo no, siempre el manido recurso del antifujimorismo. Pedro Castillo, dos décadas más tarde, es una especie de caricatura devaluada de Toledo.


Los caviares de todos los pelajes, Kuczynski, que en su ambición de poder fue capaz de pactar con el lumpen más deplorable, los Humala con sus delirios étnicos y luego el impresentable Martín Vizcarra sostienen la bandera del antifujimorismo y agregan un elemento a su discurso de odio y división: el APRA. Surge así, en el imaginario de los odiadores el aprofujimorismo. Otra bandera para la división de los peruanos.


El lamentable gobierno del sociópata y mitómano Martín Vizcarra, es el epítome y la síntesis de lo que es la política del odio en el poder. La manipulación de los medios, la injerencia en la justicia, el uso del chantaje político y la persecución a Keiko Fujimori hasta convertirla en el blanco de todo tipo de campañas de demolición que acabaron con ella en injustificada prisión y la también cruel persecución a Alan García hasta conducirlo a la muerte, son el signo imborrable de lo que implica la llegada del odio al gobierno.


Esta forma de entender la política solo puede conducir a la polarización, la violencia y la discriminación, siempre con consecuencias graves como la creación de grupos de odio, que pueden llegar a la violencia contra aquellos a quienes consideran enemigos. Basta con mencionar grupos tan perniciosos como el colectivo No a Keiko, que a lo largo del tiempo ha ido mutando de objetivos, pero siempre cargado de rencor y con un mensaje violentista, o mostrar el increíble experimento de manipulación de masas que significó la campaña contra el presidente Merino y la forma en que se utilizó a una juventud desinformada, haciéndola cómplice bobalicona de mercenarios y subversivos que tomaron las calles con la complacencia de los siempre bien aceitados medios de comunicación, con el único objetivo de que el cáncer caviar siga en el poder.


Pedro Castillo y su gobierno de opereta comunista fueron una suerte de melanoma de ese cáncer. La concentración perniciosa del odio. La resaca de todo lo sufrido. Se puede decir que nos hemos librado temporalmente. Pero el discurso del odio está vigente. Urge desterrarlo y formar a las nuevas generaciones en el respeto mutuo, la buena política, los valores cívicos y el amor al Perú.


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