31/10/2021 - ContraPoder n.28
Si me preguntan, si necesitamos cambiar la Constitución de 1993, mi respuesta es afirmativa y considero que es absolutamente necesaria, por diversos argumentos, desde su origen espurio, pero que también tiene otros cuestionamientos de fondo, que espero poder aclarar en este artículo.
La propuesta es y ha sido el “caballito de batalla” de diversas manifestaciones sociales reivindicativas, al extremo que varios partidos políticos-sobre todo la izquierda- han pregonado la propuesta, como una condición “sine qua nom”, para sustentar cualquier aventura política.
En referencia a la necesidad de cambiar la carta magna, se tendría dos tesis, de los ocasionales promotores y entusiastas activistas. Una que le otorga un poder omnipresente, para solucionar automáticamente todos los males de la sociedad, inclusive con el misticismo de ser la panacea para solucionar las imperfecciones y deudas sociales pendientes de la República, después de 200 años de existencia. La otra tesis es idílica, considera que la Constitución será escrita únicamente por los sectores de izquierda, en una clara negación de la realidad, puesto que nuestro sistema de democracia representativa se sustenta en la participación única de los partidos políticos, legalmente inscritos en el JNE.
Evidentemente las dos aspiraciones descritas son irreales y juegan con las expectativas de un país que esta ávido a participar en un proceso de cambio estructural, la elección de Pedro Castillo es una muestra real del embalse de estas elucubraciones. Por estas razones, la propuesta de una nueva Constitución es en realidad solo una entelequia.
Es indudable que este discurso de cambios drásticos, a través de una nueva Constitución da redito político, por eso es muy bien utilizado, por sectores extremistas, desnaturalizando la importancia de seguir un proceso constituyente, que debería generar primero, ese “momento constituyente”, donde la sociedad en su conjunto, este sensibilizada y participe activamente en el debate público para iniciar el proceso de redacción de una nueva Constitución, como ha sucedido en Chile, después de importantes protestas ciudadanas y cuestionamiento al gobierno de Piñera, que por cierto, fue salvado por la pandemia, pero era inexorable la convocatoria a una Asamblea Constituyente.
Una nueva Constitución ¿ahora? No es el momento y menos se puede forzar a todo un país, para imponerla, después de tener polarizado al país en estas elecciones presidenciales. Esto sin contar que tenemos mas de 200,000 muertos por la pandemia y una crisis económica a cuestas.
Trabajemos para llegar a ese momento constituyente, generando conciencia social, sin dividir con el maniqueísmo de los discursos de gobierno. No podemos seguir hundiéndonos en una lucha fratricida entre peruanos, por intereses mezquinos de los políticos, tanto de la derecha, como de la izquierda.
El primer paso es argumentar con sentido y sustento los motivos del cambio de la Constitución. Evitemos caer en el juego perverso de las medias verdades, para justificar reivindicaciones, porque corremos el riesgo que, en una hipotética asamblea constituyente, tengamos a la mayoría de los representantes de los extremos -derecha e izquierda- que inclusive pondrían en riesgo los derechos civiles y de las minorías que tanto ha costado conquistarlas.
Que la cura no sea peor que la enfermedad, pero que quede claro, que esto no excluye la necesidad insoslayable de hacer cambios, como una verdadera reforma política del Estado y sobre todo, modificar y actualizar el Título III, sobre el régimen económico, para que nuestra ley de leyes, este a la vanguardia de la economía mundial y además promueva los derechos ambientales, que son de tercera generación.
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